A mí
me han hecho los hombres que andan bajo
el
cielo del mundo
buscan
el brillo de la madrugada
cuidan
la vida como un fuego.
Me han
enseñado a defender la luz que canta conmovida
me han
traído una esperanza que no basta soñar
y por
esa esperanza conozco a mis hermanos.
Entonces
río contemplando mi apellido, mi rostro en
el
espejo
yo sé
que no me pertenecen
en
ellos ustedes agitan un pañuelo
alargan
una mano por la que no estoy solo.
En
ustedes mi muerte termina de morir.
Años
futuros que habremos preparado
conservarán
mi dulce creencia en la ternura,
la
asamblea del mundo será un niño reunido.
(El
juego en que andamos)